Debo confesar que esto no lo saqué de una de mis películas
favoritas. Para nada. Charlie y la fábrica de chocolates nunca me pareció una
gran película, sobre todo por la crueldad de Willy Wonka y por otras cosas que
me parecían algo desagradables; si piensas o pensabas como yo, dame esos cinco
y espérate un ratito, que tal vez te cambie la manera de pensar… me sucedió a
mí. Pero así es Dios, te habla cuando menos te lo esperas y con lo que menos te
esperas.
Charlie Bucket, un pequeño niño con un gran sueño y con
pocas probabilidades de cumplirlo, pues su familia tenía muy bajos recursos. Su
gran sueño era visitar la fábrica de chocolates de Willy Wonka, pero imposible,
¿no? Sin dinero, ¿quién podría ir? Y a su edad, menos.
Por aquellos días, Willy decide colocar algunos boletos
dorados en las barras de chocolate Wonka, solo cinco boletos para ser
específicos, y las personas que consiguieran alguno de los boletos, podrían
visitar la fábrica. Charlie consiguió un billete en la calle, y se compra una
barra de chocolate… espera, ¿qué? Tal vez tú y yo habríamos comprado algo de
comer, o hubiésemos ayudado a nuestra familia si estuviésemos en la misma
condición, pero él no, él fue a comprar chocolate. Abre el empaque y acto
seguido, aparece sorpresivamente un boleto que le ilumina la cara no solo por
el resplandor, sino por la sonrisa que se le dibuja y la ilusión de saberse
ganador de una visita al lugar que más anhelaba en su vida.
De inmediato aparecieron varias personas que intentarían a
toda costa obtener el boleto; grandes sumas de dinero estaban a su disposición
si decidía renunciar al boleto y entregárselo a otra persona. “¡Hey, chico!, no
hay nada de comer en casa, recuerda”, pero el dueño de la tienda interviene
oportunamente y le dice que vaya a su casa y que no se deje quitar el boleto
por nadie.
A salvo el boleto, llega a su casa y lo muestra a su
familia; su abuelo celebra. Pero el pequeño Charlie recuerda la precaria
situación de su familia y reflexiona. Si vendiera el boleto, tal vez obtendría
dinero para ayudar a su familia, pero ¿y su sueño? Estaba convencido de que
debía renunciar a él, después de todo sería por una causa justa. Su abuelo
interviene con una frase que a mí me ha dejado paralizado y aquí va: “Hay mucho
dinero en la calle y a diario imprimen más. De éste boleto hay solo cinco en el
mundo. Solo un bobo lo cambiaría por algo tan común como el dinero… y tú no
eres bobo.”
Stop! No te explicaré la frase, solo quiero que recuerdes
cuántas veces pensaste en renunciar a tus sueños porque sencillamente no son
lucrativos, o porque no tienes el dinero suficiente para lograrlos. Qué triste
sería que te preguntaran por tus sueños y tengas que compararlos con tu salario
actual y tu trabajo actual. Es triste conocer personas que renuncian a sus
sueños por dinero, pero viven frustrados porque no aman lo que hacen. ¿Tienes
un sueño? Créeme que vale la pena luchar por él, aunque parezca que debes
renunciar a él. El dinero es demasiado común, tus sueños no lo son, y si crees
que son pequeños, entonces comienza a soñar más grandes.
Una vez me dijeron que mi Dios sería del tamaño que fuesen
mis sueños, y al principio no lo entendí, pero ciertamente, si sueñas pequeño
es porque no crees que Dios puede hacer algo mucho más grande.
Déjame contarte el final. Después de tanto recorrido y ver
cómo otros niños son echados de la fábrica, Charlie gana. ¿Gana? Sí, gana. El
señor Wonka solo andaba en busca de un heredero para dejarle su fábrica, y éste
pequeño niño se convertiría en el dueño de aquella enorme y exitosa fábrica.
¿Será que ahora Charlie podría ayudar a su familia? Yo creo que sí. Ahora la
decisión es tuya, ¿venderás tu boleto dorado?
Filipenses 4: 19 Así que mi Dios les proveerá de todo lo que
necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús (NVI).
- Leonel Zapata
No hay comentarios:
Publicar un comentario