miércoles, 14 de diciembre de 2016

El boleto dorado

Debo confesar que esto no lo saqué de una de mis películas favoritas. Para nada. Charlie y la fábrica de chocolates nunca me pareció una gran película, sobre todo por la crueldad de Willy Wonka y por otras cosas que me parecían algo desagradables; si piensas o pensabas como yo, dame esos cinco y espérate un ratito, que tal vez te cambie la manera de pensar… me sucedió a mí. Pero así es Dios, te habla cuando menos te lo esperas y con lo que menos te esperas.

Charlie Bucket, un pequeño niño con un gran sueño y con pocas probabilidades de cumplirlo, pues su familia tenía muy bajos recursos. Su gran sueño era visitar la fábrica de chocolates de Willy Wonka, pero imposible, ¿no? Sin dinero, ¿quién podría ir? Y a su edad, menos.

Por aquellos días, Willy decide colocar algunos boletos dorados en las barras de chocolate Wonka, solo cinco boletos para ser específicos, y las personas que consiguieran alguno de los boletos, podrían visitar la fábrica. Charlie consiguió un billete en la calle, y se compra una barra de chocolate… espera, ¿qué? Tal vez tú y yo habríamos comprado algo de comer, o hubiésemos ayudado a nuestra familia si estuviésemos en la misma condición, pero él no, él fue a comprar chocolate. Abre el empaque y acto seguido, aparece sorpresivamente un boleto que le ilumina la cara no solo por el resplandor, sino por la sonrisa que se le dibuja y la ilusión de saberse ganador de una visita al lugar que más anhelaba en su vida.

De inmediato aparecieron varias personas que intentarían a toda costa obtener el boleto; grandes sumas de dinero estaban a su disposición si decidía renunciar al boleto y entregárselo a otra persona. “¡Hey, chico!, no hay nada de comer en casa, recuerda”, pero el dueño de la tienda interviene oportunamente y le dice que vaya a su casa y que no se deje quitar el boleto por nadie.

A salvo el boleto, llega a su casa y lo muestra a su familia; su abuelo celebra. Pero el pequeño Charlie recuerda la precaria situación de su familia y reflexiona. Si vendiera el boleto, tal vez obtendría dinero para ayudar a su familia, pero ¿y su sueño? Estaba convencido de que debía renunciar a él, después de todo sería por una causa justa. Su abuelo interviene con una frase que a mí me ha dejado paralizado y aquí va: “Hay mucho dinero en la calle y a diario imprimen más. De éste boleto hay solo cinco en el mundo. Solo un bobo lo cambiaría por algo tan común como el dinero… y tú no eres bobo.”

Stop! No te explicaré la frase, solo quiero que recuerdes cuántas veces pensaste en renunciar a tus sueños porque sencillamente no son lucrativos, o porque no tienes el dinero suficiente para lograrlos. Qué triste sería que te preguntaran por tus sueños y tengas que compararlos con tu salario actual y tu trabajo actual. Es triste conocer personas que renuncian a sus sueños por dinero, pero viven frustrados porque no aman lo que hacen. ¿Tienes un sueño? Créeme que vale la pena luchar por él, aunque parezca que debes renunciar a él. El dinero es demasiado común, tus sueños no lo son, y si crees que son pequeños, entonces comienza a soñar más grandes.

Una vez me dijeron que mi Dios sería del tamaño que fuesen mis sueños, y al principio no lo entendí, pero ciertamente, si sueñas pequeño es porque no crees que Dios puede hacer algo mucho más grande.

Déjame contarte el final. Después de tanto recorrido y ver cómo otros niños son echados de la fábrica, Charlie gana. ¿Gana? Sí, gana. El señor Wonka solo andaba en busca de un heredero para dejarle su fábrica, y éste pequeño niño se convertiría en el dueño de aquella enorme y exitosa fábrica. ¿Será que ahora Charlie podría ayudar a su familia? Yo creo que sí. Ahora la decisión es tuya, ¿venderás tu boleto dorado?

Filipenses 4: 19 Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús (NVI).


- Leonel Zapata

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